Confesiones. Secretos


La hermana Eleonor despertó empapada en sudor, respirando agitada, cuando la alarma la despertó con su estridente pitido. Se sentó en la cama y se tapó la cara con las manos, un sollozo ahogado salió del fondo de su pecho. Se hizo la señal de la cruz y tomando su rosario comenzó a rezar una plegaria.

Se levantó y se vistió, se tomó su tiempo para cepillar el corto cabello ―no pudo deshacerse de esa costumbre, siempre había llevado el cabello rojo fuego largo hasta la cintura― antes de ponerse el rostrillo y el velo negro; luego partió hacía el comedor común a desayunar con todos los integrantes de la congregación.

Hacía un año ya que había decidido ingresar al noviciado, si bien fue una opción personal no le había resultado nada fácil, especialmente desde que llegó el padre Camerón Sullivan para suplantar a la hermana Cristina. Esta era la encargada de impartir las clases de espiritualidad y hacía aproximadamente tres meses había tenido un pequeño quebranto de salud que la obligaría a permanecer postrada por unos cuantos meses más. Si bien no era costumbre que estas clases fueran impartidas por miembros del sexo opuesto al del alumnado, en esta oportunidad la arquidiócesis no contaba con miembros femeninos disponibles y el puesto debía ser cubierto con urgencia; fue así que el padre Cameron llegó para suplirla.

Entró al gran comedor con paso presuroso y la vista baja, pero eso no impidió que lo descubriera tomando su desayuno. Un leve rubor encendió sus pálidas mejillas, sus ojos verdosos parpadearon ante la tibieza que recorrió su cuerpo.

Era una suerte que todos la tuvieran por una chica callada, le evitaba verse en la obligación de hablar mientras desayunaba. En esos momentos lo único que quería era un poco de tiempo para rememorar una vez más el mismo sueño caliente de cada noche. Sus manos temblaron de forma imperceptible cuando tomó la taza de café con leche. Con una fugaz mirada volvió al objeto de su deseo, vio sus manos acariciando la taza en forma pensativa y sus labios tan sensuales sorbiendo del borde de la misma.

Su pecho se agitó y ahogó un suspiro, ya conocía de memoria el sabor de esa boca de tanto soñarla sobre su casto cuerpo. Se mordió el labio inferior hasta hacerlo sangrar cuando volvió a imaginar esa lengua perdida en su monte de venus.


«Dios mío, perdóname», pensó, casi a punto de ponerse a llorar. Desde que ese hombre había llegado a su vida no hacía más que pedir perdón por sus sensaciones y pensamientos pecaminosos. Su cuerpo reclamaba a gritos una sola caricia de sus manos.

Otra vez sus ojos volaron hacía su dirección y esta vez se toparon con los profundos de él, que la observaban con curiosidad e interés. Le hizo una muy leve inclinación de cabeza en señal de saludo y continuó desayunando.

Ella quedó paralizada, con los labios en el borde de la taza, no fue capaz de reaccionar ni siquiera para devolverle el saludo. Bajó los ojos una vez más y se zambulló en sus pensamientos, no quería postergar más el disfrute de lo que había soñado esa noche, y todas las noches desde la primera vez que lo vio.

Ese día, de hacía casi tres meses, su despertador se había averiado durante la noche, de modo que se durmió y llegó tarde a su clase de preparación. Cuando entró y lo vio su boca quedó del tamaño de una o, con sus ojos clavados en los del nuevo preparador, que en ese preciso instante miraba hacía la puerta, como esperándola. Ruborizada por su propia expresión de sorpresa apenas pudo murmurar un saludo de buenos días y prácticamente se escondió en el último banco.
Ya, desde ese primer día, verlo todas las mañanas resultaba un suplicio. El fingido interés que ponía al escucharlo sólo se justificaba para que sus ojos pudieran seguir cada uno de los movimientos de su sensual cuerpo. Porque el padre Cameron Sullivan era muy sensual, y al parecer él no se daba cuenta del influjo que su presencia ejercía sobre todas esas castas mujeres.
Su atuendo era por completo negro, usaba una camisa de manga larga complementado con el blanco cuello romano. Bajo la fina tela de la camisa se podían adivinar sus brazos musculosos y unos pectorales muy bien trabajados. También su pantalón invitaba a imaginar, si bien era oscuro y algo holgado, igualmente permitía visualizar un muy buen trasero y unas piernas cuyos muslos se perfilaban muy fuertes. La piel de sus manos y rostro lucía bronceada, la sombra de una incipiente barba oscurecía su barbilla, y sus ojos eran de un color indefinido, variables como el tiempo, pero muy vivaces; sus labios eran carnosos y sensuales y su nariz afilada le daba un aspecto de Dios griego; llevaba el cabello corto, negro y ondulado, peinado hacía atrás.
Los ojos de la novicia lo recorrían con avidez cada vez que él le daba la espalda, y cuando se volvía se posaban en su entrepierna; ella apretaba sus propias piernas como para esconder a los ojos de todos el fuego que se encendía de forma involuntaria en su sexo, haciendo que se humedeciera al instante. Podía sentir el tirón de sus pezones al ponerse erectos bajo la tela de su hábito y ahogaba a duras penas el gemido que su vagina amenazaba con hacer salir de su boca. Se humedecía los labios con la punta de la lengua y cerraba los ojos para masturbarse con la imaginación.
Así, rememoraba la primera vez que depositó una ostia en su boca; los sacerdotes se turnaban para dictar misa y llegó el día en que le tocó a él. No podía olvidar sus ojos profundos mirando con avidez sus labios cuando su lengua tomó el cuerpo de Dios, rozándole los dedos. Sintió su sobresalto y adivinó el deseo en el brillo de sus ojos, cuando se encontró con su mirada. Lo mismo siguió sucediendo cada vez que él presidía la misa, y al parecer adivinaba el mismo anhelo en sus ojos cuando sus dedos le ofrecían tan sagrado contenido.
Siempre fue una chica tranquila, nunca tuvo novio, era virgen, y nunca un hombre llegó a provocar estas reacciones libidinosas en ella. Sin embargo, desde que Cameron había llegado al convento, no había una noche en que no se masturbara pensando en él. Tenía suerte de ser solo una novicia y de no haber jurado el voto de castidad.
Sabía que él la observaba a prudencial distancia desde el día en que su lengua rozó sus dedos y el deseo se había intensificado. Trataba de corregir sus pensamientos pecaminosos y para ello se colocaba un cilicio con púas en uno de sus muslos que la hacía llorar de dolor, pero ni aun así faltaba una noche en que sus dedos se deslizaran por su clítoris inflamado pensando en él, gimiendo su nombre, deseando acariciar su miembro y perderlo en su boca.

La primera vez que se provocó un orgasmo debió tapar su boca con la almohada para no aullar de placer, y si lo imaginaba a él embistiéndola el efecto era demoledor. Esto en lugar de hacerla feliz la volvía cada día más desgraciada, y tras sus intensos orgasmos en solitario solo le quedaban las lágrimas por no poder tener al objeto de su deseo.
Una tarde, cuando ya había hecho su labor en la cocina y se dirigía a otra de sus tareas obligatorias, se le ocurrió una maldad mientras se dirigía a la capilla y pasó por el salón donde el padre Cameron las preparaba en su vida espiritual. Vigilando el largo corredor para no ser descubierta se coló dentro del salón y se sentó en su sitio habitual.

La estancia estaba en penumbras, a esa hora de la tarde el sol se ubicaba del otro lado de la edificación, de modo que solo se podían ver los colores apagados y oscuros de los vitrales. Cerró los ojos y comenzó a pensar en él, al tiempo que una de sus manos se había colado bajo su falda y sus dedos ya jugueteaban con su sensible clítoris, al instante estaba empapada por completo, comenzó a gemir muy quedo y abrió más las piernas. Sus dedos repasaban con ansiedad los labios vaginales inflamados y jugosos, se metió dos de ellos y un jadeo ronco salió de su garganta al tiempo que echaba la cabeza hacías atrás y se mordía el labio inferior. Debió morder parte del velo negro para amortiguar los gemidos, los movimientos circulares de sus dedos se fueron acelerando y cuando la sorprendió el orgasmo estuvo a punto de arrancarse uno de los dientes delanteros con la tela.

Cuando terminó lamió sus dedos con fruición y suspiró. Se quedó unos instantes allí, contemplando al Cristo crucificado que había visto todo y la miraba ahora con ojos censuradores pero compasivos. Se sintió culpable, sucia y muy sola. Se levantó para irse y al girarse lo vio parado en la puerta del salón, se sobresaltó y se puso roja como la grana; no sabía cuánto tiempo llevaba allí y qué había escuchado o visto, fue una tonta al olvidar que la entrada al salón quedaba a sus espaldas. El padre Cameron la miró a los ojos con una extraña expresión que la hizo estremecer; sin decir palabras decidió salir de allí de una vez, pero al pasar a su lado este la tomó por un brazo y la acercó a su cuerpo, sin mirarla susurró a su oído:

―Ya sabes cuáles versículos leer para reflexionar sobre el pecado que acabas de cometer ―. Su aliento en el cuello la excitó, al igual que la mano que le tomaba el brazo y que al mismo tiempo se apoyaba sobre su seno.

Por unos breves instantes se miraron muy de cerca, tan cerca que sus labios podían encontrarse con un solo movimiento. Retuvo su mirada y lo vio parpadear varias veces, parecía sorprendido por algo, como si al mirar dentro de sus ojos claros hubiera quedado desprotegido. La soltó de inmediato como si lo quemara y se alejó por el pasillo con paso rápido, seguido por los ojos de la hermana Eleonor que quedó allí, respirando con dificultad al tiempo que acariciaba con ardor la zona de sus caderas donde notó crecer su miembro mientras la tenía pegada a él.

Apoyó la espalda contra la pared y levantó el rostro, cerró los ojos, lo deseaba con desespero y al mismo tiempo se sentía impura a los ojos de Dios. Apretó el muslo contra la pared para sentir las púas del cilicio hundirse más en su carne y castigarse de esa forma por lo ocurrido, además de recordarle la petición que había enviado hacía cuatro meses para ser aceptada como miembro del Opus Dei. Le quedaban apenas dos meses para ser admitida, si no interponían negativa de ningún tipo, y no hallaba mejor forma para controlar sus deseos pecaminosos que auto flagelarse. Tenía que dominar sus deseos si quería cumplir con el destino que eligió para hacer un bien a los otros y vivir para Dios.


El sacerdote estaba al tanto del informe de esa novicia. No pudo controlar la curiosidad, desde el primer día en que la vio, de saber más acerca de ella. En su hoja de vida estaba todo lo que necesitaba saber. La hermana Eleonor, quien acababa de cumplir veintidós años, ingresó al noviciado hacía exactamente nueve meses para convertirse finalmente en religiosa y consagrar su vida a Dios; así mismo, también tenía pendiente su ingreso al Opus Dei.

Ojeaba las hojas con interés, tenía el ceño fruncido y los ojos entornados; por unos momentos su mirada quedó perdida en el aire, frunció los labios al recordar la serie de incidentes que había tenido con aquella desde el primer día que tomó la clase de la hermana Cristina. Su llegada tarde, los ojos verdosos que lo miraron con asombro y esa boca de labios rosados que había quedado entre abierta. 
Sacudió la cabeza, a partir de ese momento ella se volvió un peligro para su salud mental y su fe en Dios. Cada vez que recordaba el roce de esos labios en sus dedos, su lengua rosada tomando la ostia y sus ojos mirándolo de esa forma desde abajo, el deseo le provocaba un hueco en el estómago y su miembro aun célibe parecía tomar vida al estremecerse.

Cameron apretó los puños y luego se cubrió el rostro con las manos. Sus sueños ya no eran tranquilos, vivía deseando que le llegara el turno de ocupar su lugar en la misa, o de que alguno de los otros sacerdotes no pudiera y lo llamaran a él, para volver a sentir su lengua rozando su mano. Intentaba calmarse, apretando las sienes con los dedos, alejar de sus fantasías la imagen de ella arrodillada frente a él con su miembro entre los labios, sus ojos mirándolo con deseo y su lengua deslizándose por la punta de su pene.
Aun resonaban en sus oídos los gemidos y jadeos del día en que la pescó masturbándose en la sala de preparación. Se sentía culpable también, debió interrumpirla de inmediato y no quedarse allí, viéndola autosatisfacerse y llegar al orgasmo. Se excitó, fue la primera vez que se excitaba de esa forma tan dolorosa y que se distinguía bajo su pantalón. Y luego, su sobresalto cuando se vio descubierta, y notar a la luz del corredor sus pezones erectos remarcarse bajo la tela del hábito; y cuando intentó pasar como una exhalación a su lado, sentir la tibieza de su piel a través de la tela y el roce de su seno excitado sobre el dorso de su mano. No pudo evitarlo, su miembro cobró vida apretándose contra ella, que pareció adivinarlo al gemir suavemente de esa manera.

Con paso rápido se acercó al ventanal, cuando miró hacía el piso notó el bulto que sobresalía de forma ostensible entre sus piernas. Maldijo, a pesar de su condición, si llegaba a entrar alguien en ese momento pasaría la vergüenza de su vida. Volvió a ocupar su sitio en la silla tras el escritorio y trató de serenarse. Tenía la firme convicción que para vencer las tentaciones había que enfrentarlas con voluntad férrea, de modo que tomó la decisión de tener una entrevista con ella para hablar de todo lo sucedido y hacer que encaminara su senda.

Dicha convicción duró hasta que la monja que hacía las veces de su secretaria llevó a la hermana Eleonor a su despacho. Cuando la tuvo frente a sí, agradeció estar detrás del escritorio, fue asombroso sentir como su sangre comenzó a bullir al mirar esos labios húmedos que provocaron punzadas cada vez más fuertes en su miembro.

Ella tomó asiento frente a él y en seguida bajó la cabeza, eso no lo hizo sentir mejor. Aun en esa posición pudo verla cuando se mordió el labio inferior y si eso lo aturdió, el efecto fue más fuerte al ver sus pezones remarcados bajo la tela. Cameron carraspeó antes de hablar, sentía que no podía emitir una sola palabra que le confiriera autoridad si no se mostraba duro y firme con ella.

―Hermana Eleonor, estuve leyendo su hoja de vida y podría decirse que su historial es impecable desde que entró; sería una lástima que por ciertas conductas inconvenientes de su parte eso dejara de ser así ―. Se interrumpió unos instantes para darle tiempo a rebatir sus palabras, pero ella no se movió ni siquiera para levantar la mirada. Y por Dios, deseaba con locura que esos ojos lo miraran de la forma en que lo hacían cuando le daba la ostia. Se pasó la lengua por los labios al mirar su boca, fue un movimiento involuntario al igual que el de su sexo que no dejaba de recordarle que seguía creciendo. Por unos instantes debió luchar contra el deseo de arrojarla contra el escritorio, levantarle la falda y penetrarla hasta lo más profundo. Cerró los ojos, se sentía enloquecer, nunca antes había pasado por una situación así.

―Perdón ―al fin la hermana Eleonor dejó oír su voz, y a su memoria volvieron esos gemidos y jadeos que había escuchado el día que la sorprendió―. Sé que soy una pecadora…pero no puedo evitarlo ―susurró realmente apenada, al tiempo que las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.

El sacerdote se impacientó, lo único que faltaba era que la chica comenzara a llorar justamente delante de él, que si había algo que no podía tolerar era ver llorar a una mujer.

―Lo siento, lo siento ―repitió ella, cubriéndose el rostro con las manos.

Cameron sintió el impulso de acercarse para consolarla pero recordó el estado de su entrepierna y fue allí que cayó en la cuenta de que la situación tan desagradable que se estaba suscitando había servido para volver el asunto a su lugar. Decidió levantarse y se acercó a ella para tratar de animarla, la tomó por los hombros y la levantó para arrullarla pero en ese momento Eleonor levantó sus ojos bañados en lágrimas y otra vez el deseo se apoderó de él.




2 comentarios:

Unknown dijo...

Le cortas en lo mejor, Pato. No me quedó claro si el capítulo anterior fue sueño o qué. Por lo visto sí lo fue, porque ahora están súper tensos los dos por el deseo que los invade y mencionas su celibato (que se rompería irremediablemente si se dejaran llevar por la lujuria). Qué será de ellos... Quiero saber. >o< Pero yaaa. Apúrate a seguir la historia, Pato. T_T No me tengas con la duda, que ya sabes que la paciencia no es uno de mis mejores atributos. XD

Paty C. Marin dijo...

Dios, ¡que sinvivir! Ahora que veo que fue un sueño (demasiado rápido se metieron en el confesionario, me pareció a mi xD), me ha gustado mucho más. Ese sufrimiento que se ve ahí, oh, ¡me encanta! Es estupendo, me encantará saber qué más ocurre, ¡estoy ansiosa! :D

Besos!!

Enlázanos.