Juego de Otoño (Cuentos Intimos) - Tarde de Recuerdos






Hacía frío. El otoño ya estaba en su apogeo, cuando menos lo pensaran tendrían el invierno encima. Se levantó el cuello de la gabardina y continuó su camino sin apuro, pues no tenía nada que hacer ese día, cruzó el parque hundiendo los pies en la alfombra de hojas ocres y amarillas. Le gustaba la sensación, era como estar en una playa, caminando por la arena. De repente una ráfaga de viento movió las copas de los árboles, hojas de todos los tamaños volaron al aire, cayendo sobre el césped y los bancos vacíos. Las nubes grises comenzaron a encapotar el cielo, escondiendo el pálido sol que apenas había alcanzado a entibiar unos minutos antes. A pesar del tiempo amenazante, Enrique se sentó en una de los bancos cubiertos de hojas. Resopló, no podía sacarse a Liu de la cabeza, pensó que solo sería una aventura más, una forma de saciar la curiosidad de conocer a una mujer oriental en la intimidad. Siempre se imaginó a las mujeres japonesas tímidas, recatadas y aburridas, pero desde que decidió enfrascarse en un trabajo pictórico sobre Cultura Oriental todo cambió. Él era un fotógrafo reconocido, acostumbrado a tener amoríos con la mayoría de sus modelos femeninas; sólo un par de veces le pasó de ser rechazado, ni siquiera registrado, y él supo aceptar la situación; el respeto ante todo. Cuando le comentó a una de sus modelos acerca del proyecto en el que estaba a punto de embarcarse, ella le recomendó a una colega japonesa, le habló muy bien de ella. De esa forma se ahorró el tiempo y el engorro de publicar un aviso y hacer una selección. Liu demostró ser muy profesional, se presentó con los implementos necesarios como para dejar impresa parte de su cultura y no tuvo ningún reparo en desnudarse. Enrique la dejó sola para que se preparara y le hizo saber que la primer foto sería de espaldas. No sabría precisar que fue lo que lo excitó más al verla desnuda, si ese tatuaje tan particular o ese maravilloso cuerpo que lo contenía; la curva de su espalda que se veía más sensual en la penumbra o la pálida redondez de su trasero. Aun recuerda que le temblaban las manos cuando comenzó a disparar las fotos, una extraña sensación se apoderó de él y antes de que diera por terminado su sesión con Liu no pudo evitar acercarse y acariciarle la cintura. Imaginó que la modelo le plantaría una cachetada en pleno rostro y no le importó, luego inventaría una disculpa; sin embargo, no fue eso lo que sucedió. Liu giró el rostro, sus ojos se posaron en él como una suave caricia y luego se inclinó hacia adelante, levantando el trasero, invitándolo a que su mano llegara hasta su intimidad. Enrique no lo dudó, y pronto sus dedos se deleitaron explorando los carnosos pliegues de sus labios inflamados y jugosos; la chica estaba excitada y no tenía ningún reparo en hacérselo saber.

Un trueno perdido lo trajo a la realidad, le dolía la entrepierna, su miembro ya se había puesto rígido ante los recuerdos. Otra ráfaga de viento hizo caer sobre él un montón de hojas de todos los colores, se acomodó la solapa del abrigo y no se movió de allí, a esa altura poco importaba que diluviara sobre él.
Volvió a aquél momento, al instante en que Liu comenzó a mover sus caderas, adelante y atrás, al tiempo que sus dedos apresaban el clítoris endurecido y su propio sexo amenazaba con reventar la cremallera del pantalón. Los suaves gemidos de la muchacha lo ponían más a punto, tanto o más que sus movimientos que, a pesar de ansiosos, no dejaban de ser delicados, casi etéreos.
Se pegó a su espalda y la apretó contra su cuerpo, aguijonándola con su miembro enhiesto; deslizó los dedos por esa piel húmeda y suave, desde su vientre plano a sus pezones erectos, al tiempo que su boca se hundía en el hueco de su cuello y su lengua serpenteaba dejando un rastro húmedo de saliva. Aceleró el movimiento de sus dedos, mientras se frotaba contra sus nalgas, y la hizo llegar a un orgasmo intenso; con rapidez liberó su miembro inflamado y dolorido, la tomó por la cintura y la penetró con fuerza mientras ella le lamía los dedos con los que la había masturbado disfrutando, al parecer, de su propio sabor. Aun hoy podía sentir sus manos enredándose en su pelo, y su cuerpo erguiéndose bajo sus dedos. 

Más tarde, la noche los encontró enredados en sus desnudeces, explorándose de pies a cabeza, saboreando cada parte de sus cuerpos, entre jadeos y susurros. Enrique nunca se había topado con una mujer que lo transportara al paraíso como lo hizo Liu; su lengua se deslizaba por su sexo con una contenida ansiedad, sin dejar un centímetro de piel por repasar. Así mismo, el sabor de su pálida piel era diferente, embriagador y adictivo eran los fluidos que bebía con lujuria de su vagina caliente, húmeda, hambrienta de besos y sexo.

Las primeras gotas comenzaron a caer pero permaneció en su sitio, consultó la hora en su reloj y miró una vez más hacía el cielo encapotado. Un gran trueno resonó haciendo eco en el parque  vacío. Sonrió cuando volvió a sus recuerdos, a la mañana luego del primer encuentro entre los dos. Resultó una sesión agotadora y muy gratificante. Al otro día cuando despertó Liu no estaba a su lado, a sus oídos llegó el sonido del agua de la ducha. Se levantó con modorra en todo el cuerpo, al instante estaba listo para continuar con lo que el sueño les había hecho dejar en suspenso. Se metió bajo el agua con ella, se veía tan seductora así mojada que sus ganas de seguir con los juegos de la noche se renovaron con más fuerza. Fue allí donde se contaron un poco más de sus vidas, antes de dejarse envolver por la pasión. Así supo que ella era estudiante de psicología y que se pagaba los estudios trabajando como modelo; también que había llegado de Japón hacía más o menos diez años, que le gustaba el café y que adoraba las tartas de frutillas. Ella, por su parte, se enteró de que antes de convertirse en fotógrafo soñó con ser director de cine pero que ahora no cambiaría su profesión por nada en el mundo. Le confesó que era tímido pero que, increíblemente, siempre había tenido mucha suerte con las mujeres; que no le gustaba el fútbol y que de vez en cuando le apetecía tomarse alguna cerveza, pero que era muy malo bebiendo.
 Estaba tan perdido en sus pensamientos que no se dio cuenta que el cielo había comenzado a despejarse y los últimos rayos del sol intentaban hacer su aparición. Tampoco vio cuando alguien se acercó, corriendo pero con sigilo, y se situó a su espalda para luego taparle los ojos con una mano y meterle la otra entre las piernas.
—Apuesto a que estás pensando en mí—le susurró al oído y luego lamió y mordió el lóbulo de su oreja—. Sé que solo yo puedo ponerte así, sin necesidad de estar presente.
Enrique cerró los ojos, era cierto, estaba tan excitado que dolía; ya ni siquiera podía mantenerse dentro de sus pantalones. Tomó ambas manos y tiró de ella hasta hacerla sentar en su regazo, a pesar de lo dolorido que se sentía.
—Ya sabes cómo me pones—le dijo a Liu, que sonreía burlona y se frotaba contra su regazo para hacerle más insoportable el deseo—. Hace rato que te espero, ¿por qué demoraste tanto? Cuando nos casamos no me dijiste que podrías llegar a dejarme plantado por alguno de tus benditos pacientes.
Ella sonrió y lo abrazó, en tanto las manos de Enrique se perdían bajo su falda. Luego de hacerse varios arrumacos, que inflamaron aún más la llama de la pasión, se alejaron abrazados hacia el departamento que compartían.




1 comentario:

Ikana dijo...

Es un relato muy bueno, aunque de estilo distinto. Quiero decir en el tema de la narración :3 Siempre hay una primera vez para todo ^^

Me ha gustado sobre todo por la manera de Enrique de recordar lo sucedido, yendo y viniendo de un tiempo a otro, casi frustrando al lector jajaja :P

Enlázanos.