Ocultos. Reincidentes.

Catalina se dio cuenta de que estaba dando golpecitos con el pie una vez más, cuando la cucharilla que habían dejado junto al café comenzó a temblar. El sonido la puso más nerviosa, y se obligó a permanecer quieta. Pero no pudo evitar mirar en derredor. 


Llevaba esperando casi veinte minutos, pero sentía que habían pasado horas desde que llegara al café. Se había sentado en una mesa apartada pero junto a la ventana, desde donde podría verlo llegar y a la vez pasaría desapercibida. Había comenzado a llover de nuevo, el olor del café le estaba causando náuseas y Joe ni siquiera llamaba para excusarse por el retraso. 

Sonrió con ironía al pensar en Joe. 

Había sido idea de él encontrarse en la cafetería. Un lugar público donde no podré tirármele encima, pensó Catalina, no muy segura de que el pensamiento le causara gracia. 

Desde que Joe y ella se arrancaran las ropas uno al otro en su oficina, tres noches atrás, no dejaba de pensar en lo ocurrido. Algunas veces, el sólo recuerdo bastaba para excitarla y hacerla desear una reiteración… quizás con posibilidades de experimentar un poco más con él. Pero en otros momentos, se imaginaba las consecuencias que podría haber tenido el haber sido descubiertos. Si aunque fuera alguno de los limpiadores hubiera pasado ante la puerta… 

Sabía que habían arriesgado mucho por un momento de pasión. Joe su carrera completa. Ella, seguro una expulsión. Con sinceridad, le preocupaba más el destino de Joe que el propio, pero sólo por el simple hecho de que ya no estaba tan segura de que la Administración de Empresas fuera lo suyo. 

Ella no era ni santa ni virgen, pero dudaba seriamente que la reputación de ambos saliera invicta de algo como eso. Qué carajos, ella era una mujer al fin y al cabo, y no podía evitar que algunas opiniones le importaran. 

Pero estar con Joe… 

De algún modo, lo había cambiado todo. No su cabeza, sus planes o sus sentimientos. Nada de eso entraba en juego en lo que a él respectaba. Había estado con hombres a los que no había vuelto a ver en su vida, y había estado con otros con los que habían fingido que nada había ocurrido. No era una golfa, tenía necesidades y no se sentaba a esperar a que estas se solucionaran solas. 

Pero, estar con Joe… y no repetir, esa era una opción que no cabía en su mente. ¿Qué tan lejos deberían estar uno del otro, sin verse por cuánto tiempo, para que el sólo hecho de imaginar su cuerpo, su tacto, su olor, no la excitara? No estaba segura de que hubiera un modo de resistir todo eso, y esperaba que Joe no viniera con ideas del estilo… 

Cruzando las piernas para evitar el tic nervioso, tomó la cucharilla y comenzó a agitar el café, esperando. 



Joe estacionó su moto, se quitó el casco y corrió con él bajo el brazo hasta estar a salvo de la lluvia. Había llegado a tiempo de empaparse con el chaparrón que cayó de repente, pero varias gotas caían por su campera de cuero. Se sacudió con impaciencia a la entrada de la cafetería y miró hacia su querida y mimada Harley antes de pasarse una mano por el cabello y empujar la puerta. 

De inmediato la vio, sentada sola y abstraída hacia el fondo del local. Vestía toda de negro, siendo su prenda más destacable una corta pollera de vuelos que por un momento le robó el aliento. Luego se percató de las medias de red que bajaban por sus largas piernas y tuvo el efecto contrario, acelerándole la respiración y llevando a su mente imágenes muy vívidas… 

Basta, suplicó a sí mismo. Ese no era el estado de ánimo adecuado para hablar de lo que había venido a hablar. De hecho, ese estado de ánimo lo llevó mucho más lejos de lo que se había atrevido a imaginar y… no era buena idea seguir esa línea de pensamiento. 

Obligándose a actuar, caminó hacia ella con paso relajado, manteniendo la vista siempre en el rostro femenino. Ella se dio cuenta de su presencia cuando ya estaba a pocas mesas de distancia, y levantó la vista hacia sus ojos con lentitud extraordinaria. Deliberada, pensó Joe, temiendo que la respiración se le descontrolara una vez más. Enfocarse iba a ser toda una lucha… 

Se sentó a la menor oportunidad, no queriendo llamar la atención. De haber sido otro hombre, se habría dado cuenta que un amplio porcentaje de ojos femeninos se habían prendado de él apenas cruzó la puerta, haciéndolo esclavo de sus pensamientos y deseos. Quizás no todas pensaran lo mismo que Catalina, que detrás de su rostro impasible revivía momentos de intensa pasión, pero lo último que había logrado Joe esa tarde, era pasar desapercibido. 

Una vez frente a frente, ninguno de los dos habló. 

A Joe siempre le parecía que caía bajo un hechizo irrompible ante la profundidad de su mirada. Catalina, casi en el mismo estado, admiraba lo cuidada que llevaba la barba, sin dejar de sorprenderle el que le pareciera atractivo con ella. No recordaba una sola vez en que la más mínima presencia de vello facial masculino le hubiera parecido interesante. 

Sus mentes sincronizaron y los llevaron a recordar sus besos mientras Joe la abrazaba contra la pared. El calor de sus cuerpos, la sensación de sus pieles rozándose, frotándose, el placer de descubrirse… todo volvió a ellos por pocos segundos. El ruido de cristales rompiéndose los devolvió a los sonidos de voces y conversaciones, a la habitación plagada de personas y a ellos, sentados tan cerca. 

Joe se aclaró la garganta. 

─Gracias por venir ─dijo, y de inmediato se sintió un completo idiota. 

Catalina alzó una fina ceja y replicó: 

─De nada. 

Continuaron mirándose, pero ahora lo hacían esperando adivinar qué pensaba el otro. 

─Está de más decir de qué hemos venido a hablar… ─continuó Joe, intentando adelantarse a lo que diría ella. Pero Catalina siguió en silencio y él volvió a hablar─. Las consecuencias de lo que podría haber ocurrido si alguien nos hubiera visto… lo que aún podría ocurrir si alguien se entera… 

─He estado pensando en ello ─lo interrumpió Catalina─. Pienso que si alguien nos hubiera visto entonces podría haber sido realmente grave. Pero, ¿en realidad lo es? 

Joe la miró desconcertado, sin captar su punto. 

─Creo que la gravedad del asunto radica sólo en que tuvimos sexo en la universidad ─. Joe la miró alarmado y Catalina miró brevemente en derredor antes de continuar, impaciente─: Tú no eres docente, y yo no soy tu alumna… 

─¡Por Dios! No sólo trabajo para la universidad donde eres alumna, sino que te doblo en edad, por si no lo has notado… 

─¡Oh, por favor! Tengo veinte años, casi veintiuno, por si no lo notaste, y tú… 

─¡Eres un niña! ─volvió a interrumpir Joe, sin querer hacer caso a la parte de sí que suspiró aliviada al conocer su edad. Se dio cuenta que estaban siseando con tono molesto e intentó serenarse antes de continuar─: Lo que ocurrió fue un error, y podría habernos costado el futuro a ambos. 

─Puedes quedarte tranquilo, si te preocupa que ponga en riesgo tu carrera ─expresó Catalina con tono frío, olvidando que minutos antes ella había compartido su preocupación─. Nadie se enterará de lo ocurrido por mí. 

─No es eso lo que quise insinuar… 

─Esta conversación no tiene sentido ─sentenció Catalina, manoteando su cartera─. Hemos venido a hablar de algo que ya ocurrió y que no es posible cambiar. Esto es una pérdida de tiempo. 

Se puso en pie con brusquedad, pechando la mesa y haciendo que el café sin tocar desbordara la taza. Su largo cabello negro, peinado en una trenza, cayó hacia adelante, cuando se calzó la cartera al hombro, y hubiera salido de allí en menos de dos segundos, si Joe no se hubiera levantado también, obstruyéndole el paso, y tomándola del brazo para detenerla. 

Sendas descargas eléctricas los recorrieron a ambos, y Joe la liberó de inmediato, como si su contacto lo quemara. O, más bien, porque su contacto lo quemaba. El fuego que habían encendido noches atrás, aún ardía quedamente en sus pieles, dispuesto a hacer llamaradas ante la menor tentación. 

Catalina dio un paso atrás, aunque todo su cuerpo la instaba a acercarse a Joe. Sin embargo, no podía evitar darse cuenta de que estaban llamando demasiado la atención y eso podía, finalmente, causarles problemas. 

Lo miró sin intentar ocultar la frustración que sentía y le dijo en voz muy baja: 

─Ya no quiero hablar de esto, ¿de acuerdo? 

Joe quiso decirle que por él estaba todo de acuerdo, su mirada lo desarmaba por completo. Pero lo cierto es que no sentía que hubieran llegado a ningún punto y necesitaban aclarar las cosas. 

Suspiró y le respondió: 

─Pongámonos de acuerdo en que ha sido un error. 

Catalina lo miró a los ojos, queriendo que él viera en ellos lo que estaba pensando. 

Pensaba en la sensación de sus labios devorando a los suyos. En el modo en que la barba de Joe irritaba la piel suave de ella. En su boca sobre sus senos, en sus manos en su trasero, en su pene que invadía su sexo, colmándola, haciéndola desear mucho más… 

Joe no necesitaba ser telépata para adivinar lo que ella estaba pensando. De hecho, estaba demasiado ocupado teniendo pensamientos similares como para ser consciente de algo más. La suave blusa oscura que llevaba Catalina subía y bajaba con el ritmo de su respiración, y Joe podía ver como su pulso latía en su cuello, tentándolo a besarlo, a chuparlo, a perderse en su piel… 

Con un gemido quedo, Joe cerró los ojos, convocando imágenes inofensivas y que nada tuvieran que ver con la mujer que tenía en frente. 

El cuerpo de Catalina respondió al gemido masculino, y se acercó instintivamente. 

─Joe… ─lo llamó, con urgencia. 

─Catalina… ─respondió Joe, con voz ronca, abriendo los ojos y levantando una mano para detenerla. Pero el gesto quedó truncado cuando recordó lo que había ocurrido momentos antes. 

Catalina adivinó lo que pensaba y volvió a sentir que la frustración y el enojo corrían por su sangre. 

─Esto no tiene sentido ─repitió─. Intentas convencerte a ti mismo que lo que ocurrió está mal simplemente porque tienes miedo de que vuelva a ocurrir ─Joe la miró con sorpresa y ella continuó, más molesta aún─: Es eso, ¿verdad? 

─No volverá a ocurrir ─respondió Joe. 

Catalina tuvo el momentáneo deseo de medir unos centímetros más y quizás hasta tener unos quilos de más, para poder dar un buen golpe al hombre que la enfrentaba, dividido entre la culpa y el deseo. 

─Te equivocas ─vaticinó, y pasó a su lado sin mirar atrás. 

Cuando la puerta del café se cerró a sus espaldas, Catalina se dio cuenta de que había caído la noche. Un viento frío vino a su encuentro, y lamentando no haber traído más abrigo, se puso su chaqueta de piel y salió a la calle. 

Poca gente caminaba por las veredas a esas horas, pero había buen tránsito. Miró, sin prestar mucha atención, por si veía un taxi libre, pero no se percató de ninguno. Comenzó a caminar con paso vivo, apretando la cartera bajo el brazo. 

Revivía los últimos minutos y se regodeaba colmando los diálogos con insultos bastante groseros, que en realidad pocas veces había llegado a pronunciar. Se acordó hasta de la madre y las hermanas de Joe, odiándolo un poco por rechazarla, o, mejor dicho, por rechazar lo que ambos deseaban. 

¿Por qué para ella era tan fácil? De acuerdo, quizás desde su punto de vista tuviera menos que perder. Pero en ese momento, tampoco lograba recordar motivos de peso para que él se negara estar con ella. 

Hablando lisa y llanamente, eran un hombre y una mujer que se deseaban. Habían probado lo que era estar junto, se habían perdido en el deseo mutuo, y, por todos los diablos, ella sólo deseaba reincidir. 

Furiosa, aceleró el paso y cruzó la calle corriendo. Apenas había pisado el cordón de la vereda cuando escuchó una voz muy familiar que la llamaba. 

Dispuesta a ignorarlo, se arrebujó en su chaqueta y volvió a apretar el paso. Pero él no se rindió y continuó llamándola. 

Catalina sabía que estaba siendo infantil, pero ya a esas alturas le importaba muy poco. Echó a correr como si el diablo la persiguiese… o quizás porque el diablo sí la perseguía pero no compartía sus inclinaciones… 

Escuchó que Joe aceleraba su moto, esperando a oír como el sonido del motor se perdía en la distancia, pero lo cierto fue que no se despegó de sus talones. Dobló la esquina, aunque la desviara de su camino, y corrió viendo como el aliento se convertía en nubecitas de vapor. Uno de sus largos tacos se hundió inesperadamente, y estuvo a punto de caer, pero la salvó la sorpresa de ver como la gran Harley subía la vereda y se detenía a poco más de dos metros ante ella. 

Se detuvo respirando agitada, y sólo fue capaz de mirar a la alta figura que bajó de la moto al tiempo que se sacaba el casco. Joe se acercó a ella, mirándola desde su impresionante estatura, ahora se daba cuenta, con el ceño muy marcado. 

─¿Qué mierda pensabas corriendo de ese modo? ─le gritó. 

Catalina tuvo un momento de sobresalto, y luego se preocupó más al darse cuenta de que se debía a escucharlo hablar de ese modo. Como una niña pequeña que escucha a un adulto decir una mala palabra, pensó, aturdida. La gran sombra de Joe cayó sobre ella y quedaron a muy pocos centímetros de distancia. 

Catalina tuvo que inclinar la cabeza para poder mirarlo a la cara, y sintió el suave aliento de Joe sobre su piel. 

─¿Qué quieres? ─preguntó, con voz suave. 

Joe frunció más aún el ceño y respondió con tono brusco. 

─Llevarte a casa. Estas no son horas para que vayas sola por la calle vistiendo de ese modo… 

Catalina sintió que la vieja y querida ira volvía a ella y lo miró enfadada. 

─¿Vestida de qué modo? ¿Cómo una puta? ¿Cómo una loca? ¡Anímate a decírmelo! 

Extrañamente, la furia de Catalina pareció amenguar el mal humor de Joe, que respondió con voz suave. 

─Pareces una loca en estos momentos. 

─¿Ah, sí? Pues entérate que sigo siendo la misma loca por la que mueres de deseo, la misma a la que no pudiste resistirte la otra noche y a la que no te podrás resitir nunca… 

─¿Cómo olvidar ese pequeño detalle? ─susurró Joe, al tiempo que la atraía hacia su cuerpo y bajaba la cabeza para devorar su boca. 

Pese a su bravuconería, Catalina se sorprendió en gran medida. En principio permaneció rígida entre sus brazos, pero entonces comenzó a responder a los labios persuasivos de Joe, que tiraban de sus labios, los lamían y mordisqueaban. Cuando comenzó a besarlo también, cualquier pensamiento que no fuera el de seguir abrazándose y degustándose, se borró de sus mentes. 

Joe la besaba arrancándole suaves gemidos, respirando con violencia. Su lengua entraba en su boca con ansia y violencia, sus labios la persuadían y le exigían, y ella daba todo de sí, exigía a su vez, seducía. 

Las manos de Joe dejaron de apretarla contra sí y comenzaron a vagar por su cintura. Una logró meterse bajo la campera y subir hasta rozar la suave piel de la espalda, mientras que la otra masajeaba y pellizcaba su trasero, deseando que no existiera tanta tela entre lo que realmente deseaba. 

Catalina se contentó con apretarse contra Joe, restregándose con suavidad contra la excitación que él ya no podía disimular. Acarició su espalda, deseando tener garras que pudieran quitarle fácilmente la ropa para poderlo tocar como quería hacerlo. 

Joe pareció compartir su pensamiento, y, separándose de ella, le dio un ruidoso beso en los labios. 

─Esta vez, no ─dijo con voz ronca. 

La tomó de la mano y la llevó hacia las sombras que se extendían a lo largo de la cuadra. Altos muros naturales, de cuidados setos, brindaban refugio entre ocasionales columnas de ladrillos. 

El olor fresco del arbusto los rodeó de inmediato, y al meterse bajo la íntima protección, varias gotas de lluvia cayeron sobre ellos, que apenas las notaron. Volvían a besarse con hambre y ansiedad. 

Catalina había hundido los dedos entre la cabellera de Joe, atrayéndolo hacia su boca, como si él pensara ir hacia otro lado. Las manos masculinas corrían sobre el cuerpo femenino, perdiéndose bajo la blusa y el sostén, y acariciando los suaves pechos. Catalina gimió de placer al sentir la caricia sobre sus doloridos pezones. 

Joe deseaba permanecer horas y horas recorriendo su cuerpo, pero era consciente de dónde se encontraban y que, una vez más, estaban exponiéndose a ser descubiertos. Sin embargo, era demasiado tarde para recular. 

Con gentileza, hizo que Catalina le diera la espalda. Sus manos recorrieron su estómago plano, bajando decididas hasta alzar el borde de la pollera. Las sombras eran intensas y no le permitían ver, pero a Joe le bastaba con sentir. Y a Catalina también, y no pudo evitar gritar de placer al sentirlo recorriendo su sexo. Los dedos de Joe se deslizaron fácilmente entre la humedad femenina, hundiéndose en profundidad, sin detenerse ni ser gentiles, buscando sólo el placer de ella, que gemía y se estremecía en torno a él. 

Catalina estaba dispuesta, y el éxtasis no demoró en alcanzarla, convirtiendo sus rodillas en gelatina y desbocando su corazón. 

Joe la esperaba, regalándole suaves besos en el cuello, acariciando su piel, deseando su propia liberación. Entonces fue que recordó… 

─Mierda… 

─¿Qué? ─preguntó Catalina, todavía con los pies lejos de la tierra. 

─No venía preparado para esto ─admitió Joe, destilando frustración. 

A Catalina le llevó un par de segundos comprender lo que estaba diciendo. Se rió con brevedad. 

─Está bien, yo sí vine preparada. 

Joe entendió y se dejó embargar por el alivio. 

Abrió su cremallera, y suspiró cuando su erección quedó libre al aire de la noche. Estaba al límite de su control, el líquido pre seminal goteaba de la punta de su dolorido pene. Joe lo esparció, aunque era consciente de que Catalina estaba húmeda y lista para recibirlo. 

Apoyó una mano en su cintura, y ella se inclinó hacia adelante, exponiendo a su voluntad su trasero. Joe gimió al sentir el roce de sus nalgas y guió su miembro hacia el húmedo sexo femenino. 

Un gemido escapó de ambas gargantas a la vez. El placer era demasiado intenso, las sensaciones, avasallantes. Catalina volvió a excitarse al sentirse en su interior y deseó que él comenzara a moverse de una vez. Pero pasados un par de segundos, y notando su inmovilidad, ella tomó el control y empezó a mover su cuerpo. 

Joe la tomó de las caderas y respondió a la exigencia moviéndose a su vez. Luego ya ninguno tuvo que esperar por el otro, y pronto sus movimientos acompasados aumentaron en velocidad. Joe penetraba a Catalina hundiéndose profundamente en ella y retirándose casi por completo para volver a penetrarla. La sentía doblarse más y más, abriéndose cada vez más a él. 

Joe bajó la vista y pudo apreciar un breve destello de piel muy blanca rodeada por la organza de la pollera, de la que él no dejaba de entrar y salir, y la simple imagen de la falda de Catalina levantada por completo, fue suficiente para hacerlo perder el control. Se derramó dentro de ella, dejando escapar un ronco gemido, estremecido una y otra vez por olas de placer. 

Catalina sintió que él eyaculaba en su interior y giró la cabeza para verlo, mientras impulsaba sus caderas. La poca luz de la calle estaba detrás de Joe, sumiendo su rostro en sombras, pero Catalina pudo apreciar el brillo de la piel de su cuello, tensa por el placer que estaba recorriendo su cuerpo, y sintió que alcanzaba su propio placer una vez más ante tan embriagador espectáculo. 

Esta vez no pudieron dedicarse a sentir, a volver a tener conciencia de sus cuerpos, del lugar, del tiempo. 

Joe escuchó ruido en la calle, y abandonó la protección del seto para ver que a unos diez metros de ellos se acercaba un grupo de chicos. Con agilidad se separó de Catalina, devolviéndole la ropa interior a su lugar y bajando todo lo que pudo su pollera. 

En pocos segundos había acomodado su propia ropa y esperaba por ella, que parecía estar teniendo problemas con el sostén. 

─¿Te ayudo? ─se ofreció, esperando sacarla de allí para que los chicos no tuvieran que verla semi desnuda. 

─Estoy bien ─dijo ella, al tiempo que se volvía, sonriendo. 

Joe la tomó de la mano y la llevó hacia la moto. 

─Sube ─Le tendió su casco y montó en la moto encendiéndola sin problemas. 

─¿Cuál es la prisa? ─Catalina lo miraba con el casco entre las manos, incapaz de comprender lo que pasaba. 

─Sube, Catalina ─volvió a decir Joe, mirándola con el ceño levemente fruncido─. No quiero que te vean. 

Catalina miró hacia los chicos que se acercaban indolentes, mirándolos con atención. 

─¿Son ellos el verdadero problema? ─preguntó, suspicaz. 

Joe suspiró con sentimiento y la contempló de pies a cabeza. El maquillaje de sus labios había desaparecido. La trenza se le había desarmado, y el cabello le caía de cualquier forma. La blusa había quedado bajo la pollera de un lado, y definitivamente esta última estaba torcida ¿Podía estar más hermosa? 

─Creo que tenemos otro problema entre manos ─terminó por responderle. 

─¿Cuál? ─preguntó Catalina, temiendo y esperando que volviera a cerrarse como la primera vez… como hasta no hacía ni una hora. Pero quedó perpleja por pocos segundos cuando escuchó su respuesta. 

─Eres demasiado hermosa ─se quejó Joe, suspirando. 

Catalina sonrió y esperó a que él volviera a mirarla. Entonces se puso el casco con mucho cuidado y se acercó a la moto. Apoyó las manos en sus hombros y pasó una pierna sobre el asiento, con total desparpajo, y antes de sentarse acercó su boca al oído y le susurró: 

─Y eso que aún no me has visto desnuda. 

Regalándole algo que pensar, se acomodó en el asiento, esperando a que él tomara una decisión.


1 comentario:

Paty C. Marin dijo...

Ains, estos reincidentes. Espero que dejen las tonterías de hacer las cosas en medio de lugares públicos y se vayan a un sitio más privado para hacer muchas más cosas. Es que tanta prisa desespera :P

Un texto que nos pone en situación, antes y después, está bien ver lo que sucede y cuales son los pensamientos de los personajes, más allá de un encuentro erótico.

Besos y hasta la próxima ;)

Enlázanos.