Eros Íntimos: Cercano ocaso.


Cuando Jeremy entró a la habitación, no pudo creer lo que estaba viendo.

Allí mismo, sobre su gran cama de la que caía hasta el suelo una suave manta de piel blanca, estaba acostada la mujer de sus sueños. Ella lo esperaba, y sonrió invitadora al verlo aparecer.
Su largo cabello rubio bajaba por su espalda desnuda. Los últimos rayos de sol que se colaban por las ventanas abiertas, quitaban destellos a sus ondas doradas, y daban una tonalidad única a su piel. Los delicados huesos de su clavícula, se realzaron al inclinarse ella hacia adelante, haciendo que sus senos turgentes se balancearan atrayendo su mirada.

Jeremy los devoró con la vista así como estaba haciéndolo con el resto de su cuerpo. Se movió hacia ella en un acto reflejo, y la vio flexionar las piernas haciendo que la mirada masculina se centrara en la redondez del trasero que ahora se perfilaba seductor. Ella movió los dedos de los pies, y las uñas pintadas de suave rosa parecieron saludarlo.

Jeremy tragó saliva y dejó que revelaran hasta el suelo el maletín y el saco que se había quitado. Tironeó el nudo de la corbata y desprendió algunos botones de su camisa, sin pensarlo siquiera, dejando a la vista el ensortijado vello de su pecho. Incluso a los pocos metros que aún los separaban, ella fue capaz de adivinar el pulso atronando contra la piel de su cuello, y se mordió un labio con deleite.

Él, que no perdía detalle de sus movimientos, notó el gesto y se excitó mucho más de lo que ya se sentía. Con un movimiento fluido, se quitó la camisa por encima de la cabeza, sin desprender los botones, y pateó los zapatos lejos de sí. Se inclinó y se quitó las medias, y de inmediato procedió a desprender el cinturón del pantalón, pero antes de que pudiera quitárselo ella lo detuvo con un suave chisteo.

Él la miró, buscando saber qué quería ella. Lo que deseara, estaba dispuesto a dárselo, pues sabía demasiado bien que coincidiría con lo que él mismo llevaba tiempo necesitando.

Ella se inclinó hacia él, colocándose a cuatro patas y gateando con sinuosidad hacia los pies de la cama, donde se detuvo y lo invitó a acercarse con un gesto de su dedo.

Jeremy se acercó, observando a esa Eva que con voluptuosidad le ofrecía la manzana del pecado, la misma a la que él deseaba darle un buen mordisco. Se detuvo ante ella, temblando al encontrar su cabeza a la altura de su pelvis, donde ya podía notarse el bulto que formaba su excitación bajo la ropa.

Ella levantó la mirada, acercándosele como al descuido. Sus miradas se encontraron, y entonces ella frotó su mejilla sobre su erección, obligándolo a soltar un gemido gutural como nunca antes había pronunciado. Apoyó una mano sobre sus cabellos y la retuvo junto a sí, mientras ella se movía como si no pudiera evitarlo, frotándose sobre su cada vez más inflamado sexo.

Jeremy observaba el cuerpo femenino, que se mecía como imitando los  movimientos típicos del acto amatorio. Su trasero redondo y lleno lo tentaba de mil maneras, la curva de su espalda bajando y subiendo, le hacían imaginar penetrándola desde atrás, obligándola a apoyar la cabeza sobre la cama mientras él la embestía con fuerza y rapidez. Lo único que deseaba en esos momentos, era inclinarse y deslizar sus dedos entre la separación de las nalgas, indagar qué tan húmeda estaba, qué tan estrecha era… Pero ella pareció notar su desconcentración y mordió su miembro sobre la ropa, sobresaltándolo y enviando descargas por su cuerpo al mismo tiempo.

Se apartó de él entonces, y, de rodillas, se detuvo a observarlo, regalándole una nueva visión de su cuerpo, sus pezones oscuros y grandes, su estómago apenas abultado, el triángulo entre sus piernas donde se apreciaba una línea de vello cuidada e invitadora. Lentamente, subió una mano hacia sus senos, deslizándola entre estos. Subió y bajó, acariciándose la piel con la yema de los dedos, y después guió sus movimientos hacia uno de los pezones que no demoró en endurecerse. Lo acarició, deslizándolo entre dos dedos, tironeándolo, estrujándolo contra su palma. El ritmo de su respiración aumentó a medida que lo hacían sus caricias, mientras Jeremy no tenía más opción que observarla y desear fervientemente poder tocarla, hundir la cara entre sus pechos, poder sobarlos como lo estaba haciendo ella, besar sus pezones, mordisquearlos.

Pero ella no lo invitó a tocarlo, al contrario. El auto recorrido a su cuerpo acababa de comenzar, y recién cuando sus pezones estuvieron tan endurecidos que tocarlos le causaba dolor y placer al mismo tiempo, bajó por su estómago e internó una mano entre sus piernas, las que separó cuanto pudo para que Jeremy pudiera ver bien lo que estaba haciendo. Acarició su sexo, haciendo que la humedad que lo embebía creciera. Pronto sus caderas empujaban contra su mano, anhelando satisfacción, pero se contuvo de acariciar su clítoris o introducir sus dedos en su vagina. Cuando sintió que no aguantaba más, se detuvo, acercándose nuevamente a Jeremy. Levantó la mano con que había estado acariciándose, y la apoyó contra su boca.

Jeremy se estremeció ante el olor de su sexo, y sin dudarlo comenzó a lamer la mano que se le ofrecía, cuidando de devorar toda la esencia femenina que se le ofrendaba. Con fruición, chupó los dedos uno a uno hundiéndolos en su boca, rodeándolos con su lengua. Podría haber seguido así durante mucho tiempo más, pero de repente ella se alejó una vez más.

Jeremy aguardó, sumiso y duro de excitación.

Con movimientos leoninos, ella se giró, dándole la espalda. Se sentó sobre sus piernas, regalándole una nueva perspectiva de su espalda y de su trasero. Jeremy la observó, sin saber si tenía permitido tocarla. Lo deseaba, pero el juego lo había comenzado ella, y aunque fuera por esa vez, le daría gusto.

Cuando pasaron un par de minutos donde ambos se mantuvieron quietos y el único sonido dentro de la habitación fue la fuerte respiración masculina, ella se inclinó hacia adelante, poniéndose a cuatro patas una vez más. Ante la vista de Jeremy quedó expuesto su trasero, y la humedad del sexo brilló apenas cuando ella se inclinó, alzando las caderas.

Apoyando la mejilla sobre sus manos cruzadas, ella volteó a verlo y con esa mirada él supo que tenía vía libre para hacerle cuanto deseaba.

Con este nuevo consentimiento, se desabrochó el pantalón sin prisas, dejándolo caer a sus pies y apartándolo con una patada. Su sexo se irguió, duro y húmedo, señalando a la mujer que saciaría su deseo.

Jeremy se acercó a ella. Apoyó sus manos en sus nalgas, y las separó, para dejar más expuestos aún los secretos que estas ocultaban. Se inclinó hacia ella, y dio una larga lamida a su sexo, cerrando los ojos de placer al sentirla articular un gemido. Comenzó a besarla, a beber de ella y a explorarla, haciéndola temblar y gemir hasta llevarla a los límites del placer. Sólo entonces, cuando sintió que estaba al punto de perder la cabeza, se hundió en su interior con una lenta embestida. Se detuvo un momento cuando la escuchó gritar ahogadamente contra la manta, mientras ella se estremecía de placer. Después comenzó a penetrarla como se había visto en su imaginación, rápido y fuerte, sudando por el esfuerzo y admirando las sacudidas del cuerpo femenino cada vez que entraba con profundidad en él.

Alcanzó el clímax de modo brutal, derramándose por completo dentro de ella, que volvía a estremecerse después del segundo orgasmo. A regañadientes, abandonó la calidez del sexo femenino y se dejó caer sobre la cama, junto a ella.

Por varios minutos, sólo respiraron y dejaron que el placer los abandonara con lentitud. Ella seguía boca abajo, y él miraba el techo. El sol terminó de ocultarse, y una brisa fresca se coló por la ventana.

Después, las preguntas, sus propias vidas privadas, sus problemas, sus conflictos, volvieron a interponerse entre ellos, y la oscuridad creció dentro de la habitación, haciendo, una vez más, insalvables las distancias.


2 comentarios:

Paty C. Marin dijo...

La escena ha molado un montón.

Ese final que suena nostálgico es lo que da al relato un buen desenlace ;)

Besos!

(casi casi una escena de sumisión, jaja)

Patricia K. Olivera dijo...

Que buen texto Maga. Coincido con Paty, el final está buenísimo, una triste vuelta a la realidad.

Besos!!

Enlázanos.