Ocultos. Complicidad.


Joe no tardó en descubrir que las palabras de Catalina estaban lejos de pecar de engreimiento comparadas con la realidad. Si verla cada día caminando por los pasillos de la universidad o charlando con sus compañeros le había robado el aliento, tenerla desnuda ante sí simplemente lo enloquecía.

La piel de Catalina era perfecta en su textura y en su belleza. Joe no se cansaba de mirarla, de recorrerla, de saborearla con largas lamidas, como si de un helado de crema se tratara. Un helado, por cierto, bastante caliente, pues al roce de la piel masculina el cuerpo de Catalina ardía, se inflamaba de una pasión que, pese a anteriores encuentros, los quemaba con más urgencia.

No habían pasado diez minutos aún desde el momento en que Joe aparcara su moto en el patio de su casa. Habían entrado tomados de las manos, incapaces de no tocarse, y antes de que se cerrara la puerta a sus espaldas, ya se devoraban uno al otro.

Labios, lenguas, dientes… no eran suficientes modos de probarse.

Joe sentía la urgencia de retener a Catalina junto a sí, de fundirla con su cuerpo, de ir más allá de lo físico. Y sabía que a ella la embargaba esa misma necesidad, pues no dejaba de tirar de él, de apretarse contra él, de abrazarlo.

Sus ropas cayeron en todas direcciones, formando montones enredados de prendas masculinas con femeninas, y ellos parecían dos bestias hambrientas intentando devorarse una a la otra, rodando contra la pared, encaramándose a los muebles. Pero Joe quería amarla de mil modos diferentes, quería que ese encuentro fuera todo lo que no habían podido ser los anteriores. Con un ligero tirón, la llevó hasta su habitación, sin molestarse en encender las luces.

Su dormitorio era amplio, aunque bastante espartano. Una gran cama dominaba el ambiente, y Joe acostó allí a Catalina, observándola a la luz azulada que entraba desde la calle. El tiempo pareció ralentizarse mientras ambos se observaban, respirando agitadamente. Entonces Joe bajo la cabeza y con mucha lentitud comenzó a besar los suaves senos.

Catalina gimió. Sus pezones dolían de tan sensibles que estaban, y el gesto de Joe era tanto un placer como una tortura. Lo miraba meter en su boca todo lo que podía abarcar, sintiendo el roce de sus dientes sobre la delicada piel, el roce de su lengua mojándola más. Joe se tomó su tiempo para jugar y mimar sus senos temblorosos, como si en realidad bebiera de ellos una calma que aumentaba su placer y excitación. Luego, cuando la sintió temblar y jadear de tantas caricias, depositó un suave beso entre los senos y comenzó a bajar hacia su estómago. Lamió su cuerpo, disfrutando de pequeños detalles, como el de deslizar su lengua en el pequeño ombligo. Su lengua trazaba un sendero húmedo y ardiente, acrecentando la expectativa de Catalina que adivinaba sus intenciones.

Cuando al fin separó las piernas femeninas, exponiendo a su vista el centro de su pasión, Catalina se tensó bajo su cuerpo, aguardando a que la tocara de una vez. Pero Joe se tomó su tiempo. Primero dejó pequeños besos en sus muslos, y hasta la mordió en uno, sin poderse contener. Escuchó a Catalina lanzar un breve gemido estrangulado y con mucha lentitud pasó la lengua sobre los labios húmedos de su vagina. Ella se estremeció bajo su cuerpo y él mismo cerró los ojos de puro deleite.

Catalina sintió que se ahogaba a falta de aire apenas él comenzó a besarla e introducir su lengua en su interior. Tenía la impresión de que sus sentidos se habían abierto y expandido y el placer que inundaba su cuerpo se multiplicaba cada vez más.

Al borde del éxtasis arrollador, tomó a Joe del pelo y lo apretó contra sí, sin siquiera pensar que él no tenía ningún interés en ir a ningún lado.

Joe admiró a Catalina mientras ella desmontaba la ola de placer que la había consumido. Su piel brillaba sudorosa a la débil luz de la habitación, tenía los labios hinchados por los besos, y los pezones muy enhiestos y aún húmedos por su saliva. No se cansaba de pensar que era la mujer más bella del mundo y apenas ella volvió a controlar sus pulmones, bajó la cabeza para besarla.

Catalina lo abrazó, devolviendo el beso gustosamente. Sentía en su boca el sabor de su propio sexo, pero lejos de darle asco sentirse a sí misma la excitó. La lengua de Joe se hundía en su boca con fuerza, demandante, y Catalina lo besó con las mismas exigencias, hasta que él tuvo que apartarse para recuperar el aliento.

Apenas él se apartó, Catalina salió de debajo de su cuerpo y lo obligó a tenderse de espaldas. Joe la miró con sorpresa pero de inmediato apreció la ventaja de tenerla encima y sus manos comenzaron a recorrerla, incansables. Catalina pasó una pierna lado a lado del cuerpo masculino y se inclinó a besar su amplio pecho, rozándolo con la punta de sus senos. El breve contacto hizo temblar a Joe, y Catalina sintió deseos de sonreír. Pero no lo hizo. Saber que lo tenía completamente a su disposición le había descubierto un nuevo motivo de placer que la hacía sentir poderosa.

Intentando ser tan provocadora y sensual como él lo había sido con ella, Catalina comenzó a recorrer con manos y boca el maravilloso cuerpo masculino.

Bebió la sal de su cuerpo dando pequeños toques con su lengua. El pecho musculoso de Joe era tan firme y fuerte, que sólo deseaba pasar sus dientes por la piel, marcarlo con sus uñas. Pero en su lugar, fueron su lengua y sus labios los que dejaron marcas ardientes de besos. Recorrió la amplitud de sus hombros masajeándolos con sus manos, al tiempo que volvía a inclinar su cabeza para jugar con sus pezones. Joe gimió al sentir la lengua marcando círculos en torno a estos, y tembló de pies a cabeza cuando ella descendió con parsimonia, rastrillando con sus dientes la piel de su estómago.

Catalina disfrutó besar la piel tersa de su abdomen, sintiéndolo contraerse al contacto. 
Admiraba la belleza y la fuerza del cuerpo masculino, un cuerpo que denotaba una vida sana, sino cuidados y madurez. Saber que ese cuerpo estaba más que preparado y calificado para brindarle placer, la enloquecía minuto a minuto.

Sin querer demorar mucho más su propia satisfacción, Catalina se deslizó entre las piernas de Joe. Tomó el excitado y endurecido pene entre sus manos, sin saber muy bien si el gemido profundo que resonó en la habitación había surgido de su garganta o de la de Joe. Tampoco es que le importara demasiado. En ese momento sólo deseaba recorrer con sus labios el miembro húmedo y palpitante de Joe, mismo que ahora recorría con sus dedos, apreciando su textura y grosor.

Con mucha lentitud, inclinó la cabeza y dejó que el miembro se hundiera en el interior de su boca todo lo que fue posible. Joe perdió el aliento y se aferró con ambos puños a las sábanas, temeroso de respirar y perderse en el prometido éxtasis.

Catalina retiró su boca del sexo, y, con mucha lentitud, volvió a meterlo en ella, una, dos, tres veces más. Luego, cuando sintió que Joe estaba al límite de su contención, comenzó a lamerlo y a besarlo con igual lentitud, recogiendo con su lengua las gotas que escapaban de la punta.
Joe sentía que había sido puesto a prueba y que, a duras penas, había logrado salir indemne. Pero sabía que no podía demorar mucho más su propia liberación. Tomó por sorpresa a Catalina cuando, con ágiles movimientos, se alzó sobre ella, la colocó bajo su cuerpo y la penetró sin más vueltas.

Catalina estaba más que preparada para él y lo recibió de buen grado, acoplándose al ritmo desenfrenado que imponían sus caderas. Se abrió a él todo lo que pudo, y pronto ambos alcanzaban la ansiada liberación.

Joe se derrumbó a su lado, arrastrándola entre sus brazos para no aplastarla ni perder su contacto. Su cabeza terminó colgando de la esquina de la cama, pues entre tanto desenfreno habían terminado hacia los pies de la misma, pero, pese a la incómoda posición, ambos estaban más preocupados por volver a respirar normalmente.

Pasaron varios minutos hasta que al fin Catalina levantó la mirada y, a través de sus desordenados cabellos, encontró la de Joe. Comenzaron a reír sin motivo aparente, demasiado satisfechos aún como para pensar en algo más. Pero luego Catalina recordó sus palabras vaticinadoras pronunciadas horas antes. Había ocurrido, habían vuelto a amarse y seguirían haciéndolo mientras esa pasión los desbordase. No tenían voz ni voto para pronunciarse en contra de ella… y lo cierto es que Catalina no pensaba ni deseaba hacerlo. Sólo quería seguir disfrutando junto a Joe de todo el placer que sus cuerpos pudieran darles. Ya habría ocasión para todo lo demás…

Con un gesto despreocupado de su mano, Catalina se desembarazó de los pensamientos que amenazaban con embargarla. Se apoyó en un codo y besó ruidosamente la sonriente boca de Joe.

─Entonces… linda casa ─le dijo con tono risueño.

Joe volvió a reír y miró en derredor.

─Espero que esta se convierta en una de tus habitaciones preferidas.

Catalina alzó las cejas antes de responder.

─Eso me suena a cita…

─Citas ─remarcó Joe, mirándole los labios con intención─. Espero que sean varias citas.

─Espero que sean varias habitaciones ─musitó Catalina, antes de dejarse besar, feliz porque de momento la nube oscura de las dudas y los temores, se había apartado de ellos…


3 comentarios:

Patricia K. Olivera dijo...

Guauuu, que intensto!!
Se derritió el polo con esto che!!
Muy bueno Magucha!!

Besos

Paty C. Marin dijo...

¿Para cuando la siguiente cita?! Va, estoy ansiosa por saber en qué habitación van a hacerlo!! Jajajaja :D

Besos!

PD: Joe... *suspiro*

María dijo...

¡¡Muy intenso!! me has dejado con ganas de más.

¡Un saludo!

Enlázanos.