Escondida entre los rosales, acechaba la casa. Sabía que, si no se encontraba en ese momento, pronto llegaría de alguna de sus citas. Lo odiaba, lo consideraba un hombre sin escrúpulos ni sentimientos. Se había cansado de ver a su hermana llorar continuamente por él, por saberse engañada con infinidad de mujeres. Aún ahora, luego de que aquella hubiera sucumbido al dolor y muriera presa de tantas dudas, mantenía la férrea convicción de que un tipo como él no merecía vivir. Sus ojos negros brillaron como brasas bajo la luz de la luna, al igual que el filo plateado de la cuchilla que relucía en sus blancas manos.
No le debía nada, ni siquiera el hecho de que continuara considerándola su cuñada y le hubiera permitido permanecer, y mantener como suya, la mansión en la que anteriormente había vivido cuando estuvo casado con su hermana; ni que él se hubiera limitado a establecer su vivienda en el lujoso estudio que estaba detrás de la histórica construcción.
Lo odiaba, por no mantener el luto que le correspondía como esposo amoroso y seguir fomentando relaciones clandestinas ante sus propios ojos; sabía que a él lo tenía muy sin cuidado lo que ella pensara, en el fondo siempre supo cuál era su opinión acerca de su modo de ser y su conducta. Pero ya había sido suficiente, esa noche acabaría todo, le daría su merecido.
Luego de esperarlo cerca de dos horas, decidió acercarse al lujoso estudio, que más bien parecía una casa de verano. Miró a través del gran ventanal y vio un tenue fuego encendido en el hogar. Maldijo por lo bajo, el muy cínico estuvo todo ese tiempo dentro, mientras ella se calaba de frío hasta los huesos con ese estúpido vestido que ni siquiera pensó en cambiarse. La noticia que había leído por la noche, en la sección sociales del periódico local, acerca de un nuevo posible matrimonio la habían enceguecido y vestida como estaba ―luego de volver de una reunión con amigas― decidió llevar a cabo su plan.
Respirando con dificultad abrió lentamente la puerta de la cocina y se internó en la semi oscuridad del lugar. Estaba segura que se encontraba en alguna de las habitaciones, divirtiéndose con quien sería su próxima esposa. En el living, donde el fuego del hogar lanzaba destellos naranjas, no había rastros de persona alguna, más allá de los dos vasos de whisky que miró con rabia. Esperaba de un momento a otro escuchar algún sonido, mientras intentaba con denuedo controlar su propia respiración y pánico.
Ya se encontraba en el pasillo que llevaba al dormitorio de su cuñado, ubicado al final del mismo, y cuya puerta se encontraba entre abierta. En el trayecto vio dos puertas más que se encontraban cerradas y a las cuales no les prestó ninguna atención. Ese fue su gran error. De repente se vió sorprendida por alguien que la tomó por detrás con ambas manos, apretando su cuello, sin permitirle respirar. Ella se resistió y en la lucha perdió la cuchilla, sus ojos se movían con rapidez, buscando alguna cosa con la que ayudarse o tratando de ver quién la sujetaba. Fue irónico encontrar en la pared del corredor, donde había sido sorprendida, un espejo oval que le permitía verse en la actual situación y ver ciertos rasgos físicos de su atacante. Lo reconoció al instante, era su cuñado.
―Sabía que tarde o temprano vendrías a mí, querida cuñada ―le susurró al oído, al tiempo que se pegaba más a su espalda ―. Reconoce que siempre has estado loca por mí, y que nunca pudiste hacerte a la idea de que podía hacerle cosas como esta a tu hermana ―continuó hablando, mientras pasaba la lengua por la blanca mejilla de la mujer y le dejaba saber cuán excitado estaba, apoyándose contra sus nalgas.
Ella gimió, pronto sus pezones excitados quedaron evidenciados bajo la tela del vestido. Su respiración se aceleró, al igual que la del hombre que la tenía aprisionada. La sujetaba con fuerza con una mano, mientras que con la otra comenzaba a subir la falda del vestido.
La mujer despechada cerró los ojos, separó un poco las piernas y con su propia mano guió la de él hacia su centro, protegido por la minúscula ropa interior de seda, que ya estaba empapada.
Otro gemido ronco salió de su garganta, apenas podía respirar debido a la fuerza con que su cuello estaba siendo sujetado.
―Mira cómo me pones...Igual que cuando tu hermana vivía, ¿o, ya lo olvidaste? ―. Su cálido aliento le entibiaba el lóbulo de la oreja, mientras lo oía hablando con ardor ―. Quieres hacerme daño, cuando tú también fuiste una de esas amantes con la que engañé a mi mujer.
Con brusquedad la empujó contra la pared, manteniéndose detrás, mientras con una mano empujaba su mejilla contra la fría superficie, para impedirle que se moviera y que lo mirara a la cara. De la misma forma levantó la parte de atrás de su vestido, con la mano libre, y desgarró su ropa interior, obligándola a separar un poco las caderas de la pared y ordenándole que separara las piernas, al tiempo que ella le ofrecía su trasero.
En el aire se escuchaban los gemidos y jadeos propios de dos personas que están luchando entre sí. Las respiraciones aceleradas y los susurros masculinos que no se detuvieron en ningún momento; pero entre medio de estos sonidos se oyó el cierre de la cremallera del pantalón bajar con rapidez.
Con lentitud dejó que su miembro duro y resbaloso por los fluidos paseara por el canal de sus nalgas varías veces, haciéndola gemir con fuerza cuando se acercaban a sus inflamados labios vaginales, al tiempo que sus caderas buscaban llevarlo al punto exacto: su vagina palpitante, que parecía llamarlo a gritos.
―¿Me quieres dentro, cierto?―le susurró con voz ronca, enloqueciéndola con sus movimientos ―¡Pídemelo!―le ordenó, acelerando la embestida, haciendo más insoportable el deseo y la excitación.
―Por favor―gimió ella, al punto de las lágrimas al sentir la mano libre acariciar su inflamado clítoris.
―Más fuerte ―jadeó él, casi sin poder soportar más las urgencias de su sexo.
―¡Por favor, ahora! ―gritó ella, acelerando aun más los movimientos de sus caderas.
Gritó cuando él la penetró con una pasión arrolladora, más allá de la delicadeza y el entendimiento. Se mordió el labio inferior, con los ojos cerrados y la mejilla aun apoyada obligada contra la pared. Lo sentía dentro, entrando y saliendo, con fuerza y urgencia por su canal empapado e inflamado, con las primeras palpitaciones que lo succionaban y anunciaban la irrupción de un potente orgasmo.
Alcanzaron el clímax de forma simultanea, a un solo grito; mientras él explotaba dentro de ella y ella a su vez se dejaba llenar, sintiendo el espasmo de su miembro como si tuviera vida propia.
Se quedaron quietos, sin hablarse, sudorosos y respirando con fuerza; él aflojó el agarre sobre ella y apoyó las manos contra la pared, sin salir de su cuerpo.
―¿Te vas a casar? ―gimoteo ella, aun con los ojos cerrados.
―Es mentira, te quise dar una lección ―respondió él entre jadeos, tratando de hablar con normalidad―. ¿Y tú, me querías matar?―dijo, rozándole la mejilla con los labios.
―Te quise asustar―confesó ella―. No soporto verte con ninguna mujer, mucho menos desde que no está mi hermana…
6 comentarios:
¡Y dices que yo tengo la cabeza llena de cochinadas! ¡Con el cuñado, hazme el favor! Al menos todo queda en familia, ¿no? XD
Resulta que los dos se traían ganas. Ya ni sabía qué pensar cuando él la encontró. xD Pensé que se trataba de otra Lola maltratada, jajaja. XD
Muy bueno, como siempre, Pato. ^_^
Es que hay gente para todo :-O
Muy bueno el relato, Patito, me encantó y me pareció muy bueno el final!
Gracias chicas!!
Salve!!
besos
Salve!! jajaja
Vale, creo que coincido con lo comentado arriba, ¡con el cuñado! Buuh, no sabía qué pensar de nada, jajajajaja. Buen final, buen desenlace!
Besos! ;D
me imaginaba que el hombre iba a terminar seduciéndola, pero no me imaginé que ella quería que la sedujeran!
disfruté la lectura.
saludos!
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