Eros Íntimos: Un rápido reconocimiento.

Sebastian hizo un gesto en dirección al barman, que en seguida se aproximó a rellenar su vaso. Llevaba dos horas sentado a la barra, vaciando su vaso incansablemente, y aún así, no lograba emborracharse. Hasta sintió deseos de preguntarle al barman si le estaba poniendo agua al vodka, pero el entendimiento sin palabras que habían alcanzado le parecía tan perfecto, que ni siquiera por eso se molesto en hablarle. Todo el lugar estaba silencioso, aunque poco concurrido, quizás por ser día de semana. Aparte de él, apenas adivinaba las siluetas de cuatro o cinco tipos dispersos por el local bajo el brillo de las tenues luces.


Había pensado que sería sencillo entrar al bar, pedir el vodka más fuerte y consumir lo necesario para borrar de su mente cualquier pensamiento. Pero, muy por el contrario, cada gota que se derramaba por su garganta parecía dejarlo más lúcido. Frustrado, bebió de un sólo trago el contenido del vaso, y comenzó a rebuscar en el bolsillo trasero del jean, para pagar de una vez y marcharse por donde había venido. 

Una mano surgió a sus espaldas y lo detuvo. 

─Deja que te invite a un trago, Sebastian. 

Sebastian volteó en dirección a la voz suave que ronroneaba a su oído, y se encontró mirando a los espectaculares ojos oscuros de una morena casi pegada a su espalda. Los labios carnosos pintados de fuerte y brillante rojo fueron lo segundo en captar su atención, y Sebastian apreció el contraste del labial con la pálida piel del rostro. El cabello, de apariencia largo y abundante, estaba peinado en un sencillo moño en la nuca, y su cuello delgado y delicado invitaba a las caricias. Sebastian siguió recorriéndola con la mirada, disfrutando del espectáculo de los senos insinuándose sobre el escote de su vestido también rojo. Podía ver el canalillo que los separaba desde allí, e imaginar unas cuantas cosas que parecía estar gritando el hermoso cuerpo femenino ante él. 

Ella se dejó observar, sonriendo apenas cuando él volvió a mirarla a los ojos. Entonces, ante esa sonrisa, él recordó lo que ella había dicho. 

─¿Nos conocemos? ─inquirió con voz rasposa. 

─¿Querrías? ─inquirió ella a su vez, moviendo apenas los hombros y atrayendo la mirada sobre su piel una vez más. 

─¿Cómo sabes mi nombre? ─volvió a preguntar Sebastian, más que nada por curiosidad. 

─Sé mucho más que tu nombre ─respondió, apoyándose sobre su espalda. Sebastian sintió los senos apretándose contra él, y el calor de ese cuerpo casi le hace perder la cabeza. Pero recurriendo a toda su fuerza de voluntad, tomó una delicada mano y la atrajo hacia la banqueta a su lado. Ella se dejó hacer, sonriendo coquetamente y tomándose su tiempo para sentarse. El vestido rojo, que ahora podía ver claramente, era muy corto, le obsequió la vista al dejar descubierto buena parte de sus muslos desnudos. La piel, inmaculada y blanca, parecía prometerle el más sensual de los placeres. 

Sebastian se entretuvo observándola, y ella se entretuvo luciéndose para él. Incluso llegó a entreabrir apenas sus piernas, como invitándolo a seguir su inspección. 

Sebastian levantó la mirada con dificultad, pensando que quizás el vodka sí le había hecho efecto después de todo. Ella mantenía su mirada sin vacilación, con un brillo pícaro en sus oscuros iris. 

─¿Tomas un trago conmigo? ─volvió a invitarlo, haciendo sonar casi obscena la simple pregunta. 

Sebastian hizo un gesto al barman, sin dejar de observarla. Quizás la conociera, pero por más que hizo intento de recordar de dónde, no pudo. De hecho, nada en ella le resultaba familiar, y era una de esas mujeres que uno no olvida con facilidad. Quizás nunca. 

El barman se acercó, admirándola a ella sin ningún tapujo, aguardando que le indicaran qué tomarían. 

─Whisky en las rocas ─susurró ella en dirección a Sebastian. 

─Un whisky en las rocas para la bella dama, y otro trago para mí ─anunció Sebastian, cada vez más convencido de tener junto a él a una desconocida... quizás al producto de alguna de sus fantasías. 

El barman se alejó brevemente, y a los pocos segundos cada uno tenía su bebida al alcance. 

─Brindemos por el porvenir ─propuso ella. 

─Por el porvenir ─aceptó Sebastian, alzando su vaso─, y las mujeres hermosas que hay en él. 

Ella sonrió aceptando el cumplido, y el sonido de cristales entrechocando fue lo siguiente que se escuchó. Esta vez, al llevar el vaso a sus labios, Sebastian dio un simple sorbo, demasiado pendiente de ella como para degustar el licor. Ella devolvió el vaso al mostrador, y se lamió los labios con gesto provocador. Su mirada podía asegurarle que el porvenir que lo aguardaba no estaba lejano ni libre de éxtasis, y Sebastian se dejó encantar por ello. 

─Así que... ─comenzó Sebastian─, tu nombre es... 

Ella rió, impulsando la cabeza hacia atrás y haciendo que su mirada, y sus pensamientos, volvieran a su piel, su cuello... y terminaran en su boca. 

─Nada de eso, querido ─le dijo después, sonriendo aún─. Tendrás que recordarme tú solito. 

─Quizás eso me lleve tiempo ─advirtió Sebastian, sumándose al juego de la sugestión. 

─Bueno, no sé tú, pero yo tengo toda la noche disponible. 

Sebastian no tuvo problema alguno para leer entrelíneas que el resto de la noche no quería pasarla sentada en aquel bar. 

─¿Quizás te gustaría ir a algún otro sitio...? ─propuso. 

Ella extendió una mano y acarició la de Sebastian, que se mantenía sobe el mostrador. 

─Esa parece ser una idea interesante ─concedió. 

Sebastian miró sus manos juntas. Era increíble el calor que desprendía la de ella, pero le parecía más increíble aún poder sentirlo, pues sospechaba que su propia piel ardía. Pensó en volver a llamar al barman para pedir la cuenta, pero de repente ella se aproximó a él, rodeó su cuello con un brazo y pasó la lengua por el labio inferior de Sebastian. Este se quedó tan sorprendido, que no alcanzó a reaccionar a tiempo, y para cuando quiso tomarla de la cintura y acercarla más para devorar su boca, ella ya se separaba volviendo a su asiento. 

─Ese vodka que estabas tomando... ─le dijo, ajena a la mirada del barman y los otros dos hombres próximos a ellos, e incluso indiferente al estado de Sebastian─, sabe exquisito. ¿Por qué no terminas tu trago y nos vamos de una vez? 

Sebastian no necesitó que le repitieran la sugerencia. De un trago bebió lo que quedaba en el vaso y sin prestar atención a los billetes que sacó de la billetera, los dejó sobre el mostrador. El barman con una simple mirada supo que le estaban dejando una más que interesante propina, pero envidió la suerte del tipo al verlo salir tras la exuberante mujer. 

Sebastian pensó en llevarla a su apartamento, aunque era un desorden absoluto desde que Katty se había ido, semanas atrás. Había desistido de levantar la ropa o sacar la basura tan siquiera, al encontrar pequeños objetos de ella desperdigados por todo el lugar. 

Quizás su mejor opción era un hotel. Hacía tiempo que no concurría a ninguno, ni estaba seguro de cuál era el más cercano, pero pediría un taxi y este sabría adónde llevarlos. 

Estaba por sugerírselo a ella, la misteriosa mujer a la que pensaba poseer durante toda la noche, cuando la escuchó reír. De inmediato ella tiró de su mano, haciéndolo avanzar. Caminaba deprisa, arrastrándolo tras de sí, y al llegar a la esquina doblaron, internándose en una de las oscuras calles sin salida que rodeaban el bar. 

La noche era húmeda, el cielo encapotado presagiaba un aluvión de agua de un momento a otro, y en la calle no se veía un alma. De hecho, apenas se veía un par de metros en cualquier dirección, pero ella avanzaba con prisa y seguridad. 

Sebastian no quería, ni le interesaba mucho, por cierto, saber qué eran las cosas blandas que pisaba, ni con qué estuvo a punto de resbalar. La siguió con docilidad hasta el fondo de la calle, donde finalmente ella se detuvo junto a un gran muro de ladrillos, según pudo comprobar al apoyar las manos lado a lado de la cabeza de ella. 

Allí, sumida entre las sombras de la calle, parecía más tentadora y apetecible que antes, y Sebastian no quería demorarse en preámbulos. Se acercó a ella con intención de besarla pero lo detuvo con gesto firme y mirándolo a los ojos. Sebastian la miró con extrañeza, pero entonces sintió que ella lo tomaba de las solapas de su campera y cambiaba de sitio con él. Ahora era quien estaba apoyado contra el muro, mientras ella se ubicaba entre sus piernas entreabiertas y lo obligaba a bajar la cabeza lo suficiente como para besarlo. Él no protestó, pero devolvió el beso con la misma ansia con que ella lo besaba. Labios, lenguas y dientes se debatían por degustar y dar placer. 

Las manos de Sebastian bajaron hacia la cintura femenina, y la pegó a su cuerpo, permitiéndole sentir su creciente excitación. Ella también bajo las manos y se las ingenió para colarlas bajo la ropa de él. Sus dedos se deslizaron curiosos sobre su estómago, y subieron para rozar sus pezones. Sebastian gimió y apoyó ambas manos sobre sus apretados glúteos, comenzando a arrugar el vestido para levantarlo y dejar la carne expuesta. Ella se dejó hacer, contorsionándose para que el vestido se deslizara mejor, y pronto Sebastian pudo descubrir que esa era la única prenda que llevaba puesta. Masajeó y recorrió su trasero, hundiendo las manos entre sus piernas, prometiendo una caricia que anhelaba dar. Ella se movía queriendo apresurarlo, frotándose contra su entrepierna. 

Sebastian hundió su lengua con fuerza dentro de la boca femenina, al tiempo que sus manos vagaban por la humedad de su cuerpo. Su sexo sin vellos, suave y completamente mojado, se apretó al sentirlo y Sebastian no pudo evitar la tentación de indagar con sus dedos en profundidad. La escuchó gemir y se desprendió de su boca cuando él la penetró con dos dedos. Sebastian sintió como su sexo se apretaba, queriendo retenerlo, mientras de su garganta surgían profundos sonidos. 

Hubiera querido mirarla, ver la expresión que el placer dibujaba en su rostro, pero sus facciones apenas se distinguían en la oscura noche. Sólo podía sentirla, y disfrutar de como ahora simulaba cabalgar sobre sus dedos, en busca del placer prometido. 

Sebastian decidió que esa primera vez no sería sólo para ella. Ahora que sentía que el alcohol no había afectado para nada el tener una erección, quería aprovechar, buscar el olvido y esquivar el dolor entre sus piernas y su sexo ardiente. Se desabrochó el jean con la mano que tenía libre y pronto liberó su sexo, duro y palpitante. Subió más el vestido rojo y restregó su miembro contra el estómago femenino y más abajo, haciéndole saber que estaba listo para ella. 

Una vez más, ella se puso al mando. Se giró hacia la pared con un breve movimiento, sin permitirle abandonar su interior, y Sebastian la siguió. Ella abrió más sus piernas, y esta vez, quien gimió fue él al sentir como los fluidos de su sexo comentaban a deslizarse por su mano. Sintió que ella se colgaba a él, y se elevaba entrelazando las piernas en torno a sus caderas con asombrosa agilidad. Su pene estaba ahora a las puertas de la vagina, donde aún se hundían sus dedos, y rápidamente sustituyó unos por otro, hundiéndose con ímpetu en su interior. 

Un agónico lamento escapó de su garganta al sentir la estrechez de su vagina y el calor que desprendía. Ella jadeaba junto a su oído, desordenándole el cabello con una mano y de repente clavó sus dientes en el lóbulo de su oreja. 

Sebastian volvió a gemir, y comenzó a moverse, al tiempo que ella lo chupaba y lo quemaba con su rápido aliento. 

La sintió contraerse pocos embistes después, y luego de unos segundos de tensión donde no se molestó en ahogar el grito de placer que recorrió la calle, quedó laxa entre sus brazos, mientras él la penetraba y se acercaba a su propio éxtasis. La levantó, tomándola de los glúteos y la penetró con más rapidez, ciego de deseo y comenzando a ser recorrido por temblores de los pies a la cabeza. 

Justo cuando dejó caer la cabeza hacia atrás para gemir, ella tomó su cabeza con fuerza y lo besó, hundiendo en profundidad su lengua en su boca. Sebastian se sintió cerca del fin al sentirla, pero entonces un profundo dolor le quitó el aliento y lo hizo resoplar. Se quedó inmóvil intentando que el oxígeno volviera a circular por sus pulmones pero ella dificultaba bastante las cosas, besándolo como lo hacía. Intentó apartarla cuando el dolor volvió a aquejarlo, pero ella se pegó a él como una lapa, besándolo más intensamente. Su lengua, de algún modo, comenzó a llegar más atrás dentro de la boca de Sebastian y él la sintió rozar la campanilla hasta casi hacerlo sentir arcadas. Abrió los ojos, olvidado del deseo y de las demandas de su sexo aún erecto y encontró su mirada fija en él. Sus ojos oscuros y embriagadores abarcaban todo su campo visual, brillando en el centro de ellos una luz única e imposible. 

Sebastian quiso gritar, pero la lengua de ella comenzaba a bajar lentamente por su garganta, y no siquiera pudo apretar las mandíbulas para morderla. Giró un par de veces con ella aferrada a él, pero la falta de aire y una nueva punzada de dolor, lo marearon y terminó cayendo al piso con ella encima. 

Vio que ella entrecerraba los ojos de satisfacción al encontrarlo a su completa merced y una vez más quiso apartarla. La empujó tomándola de los brazos y cuando eso no dio resultado tiró de su cabello, desarmando el moño. Pero ella parecía inmune al dolor, ni siquiera golpearla hizo que se detuviera. La falta de oxígeno fue quien terminó venciéndolo. Sus brazos cayeron sin fuerza lado a lado de su cuerpo, ante sus ojos parecieron brillar puntos de colores, superponiéndose al mismo brillo de la mirada de ella. Los latidos de su corazón, desbocados, comenzaron a desacelerarse. 

Ella se retiró entonces, su lengua subiendo por la garganta masculina, escurriéndose entre sus dientes y abandonando su boca. Se apartó para observarlo con atención, la mirada brillante y la lengua bífida encogiéndose de a poco dentro de su propia boca, aún colgando entre sus labios. Entonces, y pese a que él se encontraba al borde del desmayo, volvió a cabalgarlo rápidamente, hasta que lo sintió derramarse en su interior. 

Se había sobrepasado, le había quitado su oportunidad de sentir placer, aunque su sexo sí hubiera encontrado alivio. Había actuado demasiado rápido, la pasión la arrastró hasta la locura, y al final sólo quedaba ella por un lado, y él mucho más allá de la sensación. El sabor y el olor masculino aún revolucionaban sus sentidos, y deseaba más. 

Con mirada triste recorrió las facciones de Sebastian y decidió que era demasiado tarde para lamentarse. A él no le quedaba demasiado tiempo… y ella seguía famélica.


1 comentario:

Patricia K. Olivera dijo...

Genial, Maga!!
Es intensa esta mezcla de erotismo, morbo y terror.
No hay como la magia de lo desconocido e inexplicable!!

Besos

Enlázanos.