Le tiembla la mano cada vez que la retrata. Desde el primer momento en que pisó su estudio, de eso hace casi seis meses, ya no pudo controlar los caprichos de sus dedos.
De sólo verla entrar vistiendo sus acostumbrados pantalones de jeans, una blusita ceñida al cuerpo y ese bolsito tan coqueto bajo el brazo, le late descontrolado el corazón. Ella ni siquiera necesita colocarse tras un biombo para desnudarse, él es el profesional que la retrata y que le paga; se supone que no se le mueve un pelo, ya debería estar acostumbrado.
Sin embargo, cada prenda que cae de su cuerpo y deja al descubierto un centímetro de su blanca piel provoca que sus hormonas se descontrolen y que un calor infernal lo recorra de los pies a la cabeza. Ese estremecimiento, producto del deseo y no del estrés laboral, es lo que le provoca esas sudoraciones frías que se instalan en su espalda y le erizan los vellos de la nuca.
No puede evitar humedecerse los labios cuando contempla sus pezones, imaginando que los recorre con la lengua y les deja rastro de su saliva provocando que se pongan duros, aunque sea el frío la real causa de esa reacción natural en tan bellos senos.
Su sexo da tirones de placer, hasta el dolor mismo, cada vez que su mirada se posa en la curva de su cintura, donde dejaría deslizar sus manos una y mil veces hasta llegar a ese monte de Venus que ya conocen sus lienzos y en donde él ha rogado cada noche por hundir su rostro y humedecerlo con su lengua hasta la saciedad.
Y cuando mira su boca tan roja y sensual, imagina sus gemidos y sus jadeos al ritmo de sus caderas. La imagina amoldándose a su miembro, henchido para ella, duro y dolorido para poseerla. Y sus manos tan bellas, lo que daría porque lo recorrieran entero y se aferraran a su sexo con desesperación y lascivia.
Le tiembla la mano cada vez que sus ojos la recorren entera e imagina que la toma a la fuerza, que al principio se resiste pero al final el forcejeo termina en resuellos de deseo puro. Y ahora, viendo su espalda, lo embarga el deseo de recorrerla con la punta de los dedos. El pincel se detiene un instante en el aire antes de llegar al lienzo, necesita recuperar la cordura y esperar a que ellos dejen de moverse involuntariamente.
La observa con los ojos entornados y no le escapa el solapado estremecimiento de los hombros femeninos. Piensa que tiene frío, no puede ver que se muerde el labio inferior y sus ojos se humedecen. Siente lo mismo desde que la contrató como modelo, se ha conformado con la caricia de sus ojos sobre ella cada vez que la mira. En su fuero interno, guarda la esperanza de un acercamiento de su parte. Sabe, presiente, que no le es del todo indiferente por el brillo que ha llegado a ver en sus ojos, pero la desconcierta. A veces no sabe qué pensar, pero cada noche aguarda con ansiedad el nuevo día para verlo y volver a imaginar sus manos sobre ella y su cálido aliento en la piel.
Sólo le queda el consuelo de imaginar que se desinhibe para el hombre, no para el pintor, cuando abre sus piernas y deja que él hunda sus ojos en los rizos castaños de su pubis para inmortalizarla en posición tan osada. Si él supiera que se va humedeciendo poco a poco, como si fuera su pincel pintando los pliegues de su sexo; que tiene que tragarse los gemidos que se atascan en su garganta cuando lo imagina pronto a satisfacer sus deseos más oscuros…
Ambos son profesionales, habrá que ver quién dará el primer paso para entregarse a esa pasión desenfrenada que los está consumiendo desde la primera vez que comenzaron a trabajar juntos.
3 comentarios:
Tenías razón, Patito, me precipité.
Muy buen relato, me hizo acordar a uno que leí recientemente de una modelo y su pintor también ;-)
Ge-nial. Me ha encantado!
Me gustó mucho este relato. Te deja con ganas de saber más, espero que haya una segunda parte, y que nuestros personajes logren cumplir sus deseos.
Saludos!!
Publicar un comentario